lunes, 27 de septiembre de 2010

A Maruja

Maruja Ricaurte

La Prensa





Taller de Encuaderncación






Conocí el arte de encuadernar cuando de chiquita visitaba a mi tía Maruja Ricaurte de Vaughan. Después aprendí el oficio en Madrid, en la calle de La Montera.
Tengo el recuerdo vivo y palpitante de Maruja sentada en la salita que quedaba  al lado de su cuarto de dormir, en el segundo piso de la casa de la calle 76 con 11. La salita tenía una biblioteca de pared a pared y una gran ventana saliente (bay window), desde donde se vía el rosadal que había sembrado con mi mamá. En su salita hacía de todo, desde arreglar el enchufe de la plancha, leer, tomar la cerveza del medio día, el té de las cinco o el whisky del atardecer. Arreglaba las lámparas, pintaba marcos, brillaba alguna cajita antigua y, sobretodo, encuadernaba en su salita.
Yo la miraba alelada cuando metía un papel blanco a una cubeta llena de agua, y lo sacaba dejándlolo mágicamente pintado con los dibujos marmolados más asombrosos. La veía desbaratar un libro, limpiarlo y coserlo. Después le ponía las guardas, las tapas y le pegaba el papel marmolado. Luego le ponía el cuero.
De vez en cuando se asomaba Nany, una gordita bonachona, tal vez irlandesa, que había llegado a Colombia desde el principio de los siglos, a cuidar los siete niños Vaughan. Nany entraba balanceándose como un pato.
-More biscuits? Or jam, perhams? -preguntaba mientras le mostraba a mamá una sobrecama que estaba haciendo con pedacitos de telas de vestidos y retazos viejos.
Cuando Maruja enfermó, un día me dijo que me llevara la prensa de encuadernar que el siglo pasado, la familia Samper había encargado a Inglaterra para las niñas Ricaurte. La prensa remontó a vapor el río Grande de la Magdalena y a lomo de mula trepó la cordillera de los Andes para llegar a Bogotá.
En el momento en que me regaló la prensa, mi corazón se encogió lleno de la más infinita tristeza: Maruja estaba a punto de partir.

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